martes, 17 de enero de 2012

Yo seré Batwoman

Pero no porque luche contra el Pingüino y el Guasón, ni porque cante eso de que Batman sale disparado del bati-escusado con bati-papel, sino porque tengo mi bat. Mi bat es azul claro, pero no de ese azul pastel pálido que usan para los bebés, sino de un azul más vivo, más brillante y muy alegre. Es un color que se mira desde lejos aunque mi bat es pequeño. Su madera no es fina, ni pesada, ni se siente tan tersa y compacta como otros bats que tienen madera cara y barniz gordo y lisito, al mío se le sienten irregularidades al tacto pero le dan personalidad.

Mi bat tiene una medida adecuada a mi estatura y a mi edad. No era de nadie ni fue de esas cosas que le regalan a Alfredo y que, como no le gustan, acaban siendo mías como el balón de cuero con pentágonos de colores del mundial 1970 o los guantes y la pera de boxeo a la que tantos trancazos le meto felizmente. No, mi bat no es herencia, fue elegido y comprado sólo para mí; me lo dio mi papá a mí expresamente, para que batee pelotas que él mismo me picha en los días de campo. Como ese en que fuimos con los Ibarra y que Lili corrió las bases montada sobre los hombros del Julio Ibarra mientras nos moríamos de risa, de manera que no pudimos hacerles el out.

Es causa de diversión, mi bat. Es causa de orgullo, mi bat. Otras niñas no tienen bat, sólo yo. Todas tienen muñecas, ropitas y algunas tienen pelotas pero no bats. Es causa de dolor mi bat, si no, que le pregunten a la nariz de Lili que sin querer le metí un batazo. Juro y perjuro que fue sin querer, si hasta a mí me dolió y creo que lloré más que ella.

Un día jubilé mi bat, porque Ricardo, el hermano de mi mamá, me dio otro más padre. Este sí es herencia, era de él cuando estaba chico. Es más grande, más largo y pesado que mi bat azul y está barnizado en color claro, sobre la madera, de manera que se ve la veta. Es americano, tiene marca y todo, y lo uso mucho. Se batea bien, y también sirve para elegir turnos con la técnica de ir poniendo la mano cada quien, cada vez arriba de la mano del otro hasta que una mano ya no tiene espacio en el bat y queda volando: el dueño de esa mano pierde.

Es trampa darle a la piñata con el bat porque es más gordote que el palo normal de escoba que se usa para esos menesteres, y la rompe en un chingolpazo. Es bueno blandir el bat en una pelea de recreo, ni quien se te acerque, ni siquiera los compañeros de Alfredo. Es malo que la miss vea que traes el bat porque te lo quita y no te los suelta sino hasta el recreo; se sufre viendo algo que es de una ahí mal puesto, ¿qué tal que alguien se lo roba a la miss que anda distraída enseñándonos tarugadas como eso de Benito Juárez que vendía tamales?

Es triste que se rompa mi bat, pero pasa. Quizá la madera ya estaba vieja, quizá se resecó, tal vez se sintió de tanto darle y darle a la pelota. A lo mejor solamente se venció su tiempo, caducó, expiró como todo. Así me quedé sin bats, ni el azul ni el clarito. Claro que bien sabía que las ligas mayores (y para el caso las menores) estaban vetadas a mi sexo. Vaya, no era que quisiera yo jugar con los Tomateros, ni siquiera en la liga Maya, pero igual me pudo quedarme sin bat porque para ese entonces ya estaba yo mayorcita y nadie se dignó ofrecerme uno nuevo, ni usado, ya no digamos cuarteadito.

Extraño mi bat, si lo hubiera tenido más tiempo, quién sabe, quizá hubiera sido la batwoman.

O quizá estuviera en la cárcel por haberle roto la crisma y sumido la mollera a algún exasperante de esos que abundan.

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